Sofía Kovalévskaya, una vida de novela (1850-1891) (II)


2. Madurez y ocaso

Una vez conseguido el doctorado, Sofía empezó a buscar trabajo. Sin embargo, seguía siendo imposible que le dieran trabajo en ninguna universidad. Por ello, en 1874 decidieron, junto con su marido Vladimir, trasladarse de nuevo a Rusia. Muy pronto murió su padre, por quien siempre había mantenido una auténtica estima, a pesar de sus diferencias. De hecho, su padre, tomando conciencia de la realidad de sus hijas, escribió:

«… la mayor está viviendo con un hombre con el que no está casada, y la pequeña está casada con un hombre con el que nunca ha convivido…»

La muerte de su padre, junto con la imposibilidad de trabajar en la universidad, llevaron a Sofía a un estado de tristeza y postración. Quizá como consecuencia de ello, las relaciones con su marido Vladimir dejaron de ser platónicas y, en octubre de 1878, nació su hija Sofía, a quien llamaban coloquialmente Fufa.

Se trasladaron a San Petersburgo, donde empieza entonces un período en la vida de Sofía que podríamos tildar de tradicional; llevan una vida lujosa, se dedica a su hija, abandona las matemáticas y escribe novelas y artículos en revistas, algunos de ellos de carácter científico. Sin embargo, la relación con su marido Vladimir se deterioró rápidamente. Aparecieron desavenencias tanto de tipo personal –a él le costaba ahora aceptar la valía de Sofía- como también de tipo económico: ella consideraba que las inversiones inmobiliarias de su marido eran muy arriesgadas. Finalmente, en 1879 se produjo la ruptura. Sofía contactó inmediatamente con su amigo y mentor Weierstraß, abandonó a su hija y se trasladó a Berlín y a París, donde entró en contacto con círculos políticamente radicales, por una parte, mientras que por otra conoció a Charles Émile Picard, Henri Poincaré, Charles Hermite y al matemático sueco Gösta Mittag-Leffler.

Número de Acta Mathematica con el artículo “Sobre el problema...”

Por lo que se refiere a sus aportaciones matemáticas, empieza aquí el período más productivo de Sofía Kovalévskaya. Gracias a Mittag-Leffler, con quien compartía amistad y trabajo en el comité de redacción de la revista Acta Mathematica, Sofía entró en contacto con las grandes mentes matemáticas francesas de la época. Sin embargo, cada vez estaba más claro que su trabajo nunca recibiría el reconocimiento que merecía, en gran parte por su sexo. Por ello, la comunidad matemática francesa hizo lo que pudo para honrarla de la mejor manera posible: en 1888 ganó el Premio Bordin de la Academia francesa de Ciencias con el artículo Sobre el problema de la rotación de un cuerpo sólido alrededor de un punto fijo. En este artículo desarrolló la teoría para un cuerpo no simétrico cuyo centro de masas no se encuentra sobre el eje del mismo. El artículo fue tan bien valorado que, además de concederle el premio, aumentaron su cuantía de 3000 a 5000 francos.
Sin embargo, a pesar de sus triunfos científicos, la vida de Sofía estaba lejos de ser estable. En 1883 su marido Vladimir se suicidó. En su carta de despedida acusaba a Sofía de haberle arruinado la vida. Sofía reclamó a su hija y se la llevó consigo a Suecia, donde la mediación de Mittag-Leffler le había permitido acceder a una plaza de profesora ese mismo año. Además, en 1887 muere su hermana Aniuta, que siempre había sido un referente en la vida y el desarrollo de Sofía.

Su trabajo en la Universidad de Estocolmo era muy satisfactorio para ella; por primera vez, aunque fuera sin sueldo, había conseguido acceder a la universidad, a pesar de que su producción científica era ya una de las más importantes de la época. Sin embargo, no por ello dejó de recibir críticas. El dramaturgo August Strindberg escribió un artículo de prensa donde afirmaba:

«Una mujer profesora de matemáticas es un fenómeno pernicioso y desagradable. Incluso se podría decir que una monstruosidad, y su invitación a un país donde hay tantos matemáticos del sexo masculino cuyos conocimientos son muy superiores a los de ella sólo se puede explicar por la galantería de los suecos hacia el sexo femenino (…)»

La propia Sofía escribió a Mittag-Leffler:

«(…) un artículo de Strindberg en el que prueba que del mismo modo que dos y dos son cuatro, una monstruosidad, como es que una mujer sea profesora de matemáticas, es perniciosa, inútil y desagradable. Encuentro que tiene razón en el fondo. El único punto con el que no estoy de acuerdo es que haya en Suecia tantos hombres matemáticos y que me hayan nombrado por pura galantería

Entre 1884 y 1890 su trabajo en la Universidad de Estocolmo fue muy intenso; supervisó el trabajo de sus alumnos e impartió cursos de vanguardia de matemáticas, como sobre ecuaciones en derivadas parciales, funciones algebraicas, funciones abelianas, teoría del potencial, movimiento de un cuerpo sólido, curvas definidas por ecuaciones diferenciales, funciones Zeta, aplicaciones de las funciones elípticas, funciones elípticas, aplicaciones del análisis a la teoría de números… Mittag-Leffler la propuso como miembro de la Academia de Ciencias sueca, pero miserias y envidias hicieron que la propuesta no prosperara. Sin embargo, en 1890 es nombrada miembro de la Academia de Ciencias de San Petersburgo.

Al mismo tiempo, en el invierno de 1888 conoció a Maxime Kovalevsky, ruso como ella, y del mismo apellido, con quien estableció una relación amorosa. Amorosa y tormentosa desde el primer momento, llena de altibajos, peleas y reconciliaciones, digna de una novela de Tolstói. Maxime no podía soportar la idea de estar con una mujer más inteligente que él, y le exigía amor incondicional y dedicación absoluta, hasta el punto de ponerla ante la alternativa de su dedicación a las matemáticas o su amor por él.

Su vida en Estocolmo no la satisfacía, y viajaba continuamente a París para estar con Maxime, que la manipulaba y se quejaba de que los diarios lo confundían con ella por la coincidencia de sus apellidos. Finalmente, en la Navidad de 1890 se encontraron en Niza y viajaron por el sur de Europa. Sofía creía que su vida se estaba encauzando, y esperaba convencer a Maxime para poder seguir dedicándose a las matemáticas. El regreso a Estocolmo resultó muy duro y, además, ella empezaba a sentirse enferma. Después de unos pocos días de clase, falleció el 10 de febrero de 1891, con 41 años, víctima de una pulmonía. Maxime no fue a su entierro.

Durante toda su vida, Sofía Kovalévskaya vivió en la tensión de fuerzas contrapuestas. Feminista por necesidad de realización personal, pero siempre manteniendo la referencia de las costumbres de su época. Fuerte frente a la adversidad, pero débil en su interior. Mujer independiente, pero necesitada del reconocimiento de sus seres queridos, nos legó los resultados de todo su quehacer matemático y literario, pero toda su vida estuvo trufada de sinsabores. El mejor epitafio para esta mujer excepcional lo escribió el propio Gösta Mittag-Leffler:

«Sofía Kovalévskaya tendrá un lugar eminente en la historia de las Matemáticas, y su trabajo póstumo guardará su nombre en la historia de la Literatura. Pero no es solo como matemática o como escritora por lo que se debe apreciar verdaderamente a esta mujer de tanto valor y originalidad. Como persona era aún más extraordinaria de lo que se puede pensar de su obra. Todos aquellos que la conocieron y estuvieron cerca de ella, recordarán siempre la impresión viva y poderosa que su personalidad les produjo.»

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