Sofía Kovalévskaya, una vida de novela (1850-1891) (I)


1. Entorno y primera juventud

No es un descubrimiento afirmar que el acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad ha sido siempre, cuanto menos, difícil. Sólo las que han gozado de capacidades extraordinarias y de un tesón a prueba de fracasos han conseguido romper el muro de cristal con que las rodea la sociedad y, más específicamente, los hombres que la dominan. Si ello es cierto en general, ha sido siempre especialmente difícil en el caso de las mujeres que han tenido vocación y capacidad para la ciencia. Algunas de ellas son excepcionales, como es el caso de Sofía Kovalévskaya.

Sin embargo, podemos inferir sin temor a equivocarnos que muchas de ellas, que hubieran podido dar un importante impulso a sus correspondientes disciplinas, se han perdido por el camino, y la ciencia y la sociedad se han visto privadas de sus aportaciones, mientras que sus compañeros de menos valor han medrado y, en muchos casos, han pasado a la historia.

El caso que nos ocupa puede calificarse de excepcional: durante su corta vida –murió a los 41 años- esta mujer fue una matemática de primera línea, novelista, activista política y luchadora por sus derechos. Se enfrentó a la sociedad, a su familia y al mundo universitario, y lo pagó con un enorme desgaste personal.

Sofía -o Sonia, como se la llama a veces-, nació en Moscú en 1850 en el seno de una familia de tradición aristocrática. Su padre, general de artillería, era descendiente de un rey húngaro del siglo XV. Su madre era hija de un astrónomo de origen alemán. Sofía Korvin-Krukowsky, que era su nombre de soltera, tenía una hermana mayor, Aniuta, y un hermano tres años menor, Fedia. Cuando ella contaba seis años, su padre se retiró del ejército y la familia entera se fue a vivir a su hacienda, en la actual Bielorrusia. Se trataba de una gran mansión, rodeada de tierras y bosques. Las paredes de las casas de la alta sociedad rusa, siguiendo todavía la moda de la corte de María Antonieta, se cubrían con papel pintado. El que se utilizaba para empapelar las paredes de las habitaciones se terminó y, como cualquier papel valía para las habitaciones de las niñas, la habitación de Sofía tuvo que ser empapelada con las páginas de los apuntes del general sobre un curso de cálculo diferencial e integral impartido por Ostrogradski (1801-1861).

La casa donde creció Sofía, en la actualidad

En este entorno, aislado del mundo, pasó su infancia. Su pasión por las matemáticas era innata, y la pequeña Sofía entretenía su tiempo embelesada ante las fórmulas, para ella incomprensibles, que decoraban las paredes de su habitación. Sin embargo, el aislamiento no era en absoluto total: además del papel de la pared, algunas personas ayudaron a desarrollar las extraordinarias capacidades que apuntaba Sofía. Sus padres viajaban muy a menudo a la corte del zar y participaron poco en su formación; ésta quedó en manos de su institutriz, que le enseñó todo lo que sabía, y de su tío, que descubrió desde el principio las capacidades de su sobrina. Dichas capacidades no se limitaban al campo de las matemáticas; Sofía, que leía perfectamente a los seis años, se tragó todos los libros que había en la casa, y empezó a mostrarse como una buena escritora. Al principio su padre no veía con buenos ojos su interés por las matemáticas, pero entre el tío y un físico vecino y amigo de la familia, Nikolai Tyrtov, terminaron por convencerle de la conveniencia de que Sofía cursara estudios de dicha disciplina.

El caso de Nikolai Tyrtov merece un punto y aparte: Nikolai obsequió a Sofía con un libro de física que acababa de publicar. El libro tenía una parte de óptica, donde se aplicaban gran cantidad de funciones trigonométricas. La sorpresa de Nikolai fue que Sofía, a partir de dichas expresiones, dedujo el concepto de seno de un ángulo, a pesar de que el libro utilizaba estas expresiones dándolas por conocidas, y lo hizo a la manera de los antiguos, como proyección sobre un lado.

Cuando Sofía tenía catorce años la familia se trasladó a San Petersburgo para que ella y su hermano pequeño pudieran estudiar. En dicha ciudad aprendió cálculo diferencial e integral, y así comprendió el sentido de las expresiones que habían decorado su habitación de niña. Allí entablaron relación con Fiódor Dostoievski, que llegó a proponer matrimonio a su hermana Aniuta, mientras que Sofía se enamoró perdidamente del escritor. Éste, en reuniones sociales, alabó los escritos de Sofía y la animó a leerlos en público. Debemos recordar que en aquel momento Sofía contaba 14 años, mientras que Dostoievski tenía 43.

En San Petersburgo, Aniuta entró en contacto con círculos de jóvenes nihilistas, siempre en compañía de Sofía. El nihilismo, tal y como se vivía entre la juventud rusa, se basaba en el sacrificio del amor y la felicidad personal en aras de la emancipación de la sociedad y, de manera especial, de la mujer. Estaba en contra de la esclavitud, y negaba cualquier principio de autoridad. Hombres y mujeres, en contraposición con la moda de la alta sociedad, vestían siempre de negro, con lo que se hacían fácilmente distinguibles.

Al cabo de unos años, San Petersburgo se hizo pequeña para Sofía, pero su familia se negaba en redondo a que una chica soltera se trasladara a Alemania, como ella pretendía. De hecho, en aquella Rusia era impensable que una mujer pudiera viajar sin la tutela de un marido. Sin embargo, en los círculos nihilistas se había extendido una práctica llamada matrimonios blancos; consistía en contraer matrimonio de manera formal, sin relaciones sexuales, lo que permitía que las mujeres casadas, siempre con la autorización de sus maridos, pudieran ejercer sus derechos, e incluso viajar al extranjero. Sofía decidió casarse así con un joven llamado Vladimir Kovalevsky, que también quería continuar estudios en Alemania. Naturalmente, su padre se opuso al matrimonio. Para superar el escollo Sofía le escribió en una carta: Perdóname papa; estoy en casa de Vladimir y te suplico que no te opongas a nuestro matrimonio. La boda se celebró en la casa familiar, el 27 de septiembre de 1868.

En la primavera de 1869 Vladimir y Sofía, que tenía 18 años, se trasladaron a vivir primero a Viena, donde no la admitieron en la universidad, y después a Heidelberg, donde fue aceptada pero solamente como oyente. En verano del mismo año viajaron a Inglaterra, donde trabaron conocimiento, y en algún caso amistad, con personajes como Charles Darwin, o Mary Ann Evans, más conocida por su pseudónimo literario, George Eliot. Eliot escribió en su diario, el 5 de octubre de 1869:

«El domingo recibimos la visita de una interesante pareja rusa, el Señor y la Señora Kovalevsky: ella una encantadora y modesta criatura de atractivos modales y conversación, estudia matemáticas en Heidelberg gracias a un permiso especial obtenido con la ayuda de Kirchhoff; él, un hombre simpático e inteligente dedicado especialmente a la geología».

En 1870 decidieron trasladarse a Berlín, donde las posibilidades universitarias de una mujer no eran mucho mejores que en Heidelberg. De hecho, la asistencia a clase por parte de mujeres estaba rigurosamente prohibida. Por este motivo pidió clases particulares a Karl Weierstraß (1815-1897); éste, que ya era reconocido como el padre del Análisis Matemático moderno pero no era ajeno a los prejuicios de la época, se extrañó de la petición y, antes de aceptar, propuso a Sofía una colección de problemas que utilizaba para sus alumnos más aventajados, con la esperanza de que no fuera capaz de resolverlos. Ante su sorpresa, en muy poco tiempo Sofía los resolvió todos y, además, lo hizo de forma ingeniosa, clara y, en algunos casos, original. A partir de este momento, Weierstraß se convirtió no solo en su profesor, sino también en su amigo, preceptor y mentor.

Mientras trabajaba con Weierstraß, Sofía tuvo tiempo para trasladarse a París, donde su hermana se había unido a un revolucionario llamado Victor Jaclard, y participar en la revolución que conocemos como la Comuna de París, del 18 de marzo al 26 de mayo de 1871. Junto con su hermana Aniuta colaboró ayudando a los heridos. Sobre esta experiencia quiso escribir un libro que debía titularse Las hermanas Kajevsky durante la Comuna, y que sería la continuación del titulado Las hermanas Kajevsky, donde se mostraban los problemas y los ideales de la juventud rusa de la época.

Durante su estancia en Berlín, Sofía escribió al menos tres artículos: Sobre la teoría de ecuaciones en derivadas parciales, en el que aparece el teorema conocido como de Cauchy-Kovalevskaya, sobre existencia y unicidad de las soluciones de un tipo concreto de dichas ecuaciones; Suplementos y observaciones a las investigaciones de Laplace sobre la forma de los anillos de Saturno y Sobre la reducción de una determinada clase de integrales abelianas de tercer orden a las integrales elípticas. En opinión de Weierstraß, uno solo hubiera sido suficiente para obtener el doctorado, sin embargo, no pudo ser aceptada en Berlín. Por ello, su tutor se implicó personalmente, y escribió a L. Fuchs, también especialista en ecuaciones diferenciales, que en aquella época era profesor de la Universidad de Göttingen con el objetivo de que Sofía pudiera doctorarse por dicha universidad:

«En cuanto a la formación matemática de la Señora Kovalévskaya en general, puedo aseguraros que he tenido pocos alumnos con los que pueda comparar su capacidad intelectual, su energía y su entusiasmo por la ciencia».

Fuchs consiguió que Sofía pudiera defender su doctorado en la Universidad de Göttingen, pero sin hacerlo de forma presencial. Obtuvo el doctorado cum laude por el primero de los trabajos citados.

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